La iglesia ha librado siempre una batalla con su propio personal corroído por el vicio en la que ha llevado todas las de perder. El problema ha sido que en muchos casos las transgresiones de la política oficial comenzaban en la cúspide.Uno de los primeros papas, Sixto III (432-440), fue juzgado por otros eclesiásticos por seducir a una monja. Fue absuelto tras citar en su defensa unas palabras de Cristo: “Aquel de vosotros que esté sin pecado, que arroje la primera piedra”.
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