La cultura popular que dominó nuestra infancia sigue vigente cuarenta años después. Parece que la nostalgia de quienes crecimos en los ochenta y los noventa es un buen negocio. Entre la gente de mi generación dedicada a estas profesiones -o, insisto, entre los consumidores de cultura y periodismo, que en cierta medida crean la cultura tanto como quienes la generan-, ha sido habitual hablar de la alargadísima sombra que ha proyectado sobre nosotros la generación nacida en los años cuarenta y cincuenta: sus códigos culturales
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