Esa señora tan amable del pueblo nos ha dado unas indicaciones bastante precisas del camino, pero como siempre, después de un “subes una cuesta” y un “coges un camino de tierra a la derecha”, ya nos hemos hecho un lío. Hay unos tres caminos de tierra a la derecha, y no estamos seguros de si lo que acabamos de subir cuenta como una cuesta para esa señora, que aunque tendrá la edad de nosotros dos juntos si las sumamos, no se despeinaría si anduviera el trecho que llevamos desde el pueblo ni cargando con Nuria al hombro. O conmigo. O con los dos a la vez; nos la hemos cruzado a la salida del pueblo con dos garrafas enormes de un aceite blancuzco, y mientras nos ha explicado cómo ir a las pozas, nos ha señalado con la mano la dirección, sin soltarlas en el suelo ni un momento.
—¿Será este el camino que decía la superabuela? —le pregunto a Nuria, imitando el andar basculante y pesado de la señora cargando las garrafas.
—No seas malo. —Pero se ríe—. Tampoco se separarán mucho, ¿no? Aquello de allí debe ser el río —me contesta señalando una línea de vegetación más alta y de un verdor más intenso que asciende ligeramente entre las montañas.
—A ver, si esta es la cuesta que nos decía, debe ser el último camino, el de allí al final.
—Yo que sé, ya ni me acuerdo de lo que nos ha dicho, con este calor que hace lo que quiero es llegar al río y pegarme un chapuzón ya.
De modo que subimos el último trecho de la cuesta y tomamos el camino de tierra. Por suerte, pronto el camino está protegido del sol por los árboles y escoltado por viejos y bajos muros de piedra. Me pregunto si serán más ancianos los árboles o los muros llenos de líquenes. Para empezar, no sé ni qué tipo de árboles son. Sería interesante saberlo, pero no sabría ni por donde empezar. No sé si sería capaz de encontrarlo en internet. A lo mejor hay una aplicación para eso. Madre mía, no paro ni un rato de pensar en el móvil. Casi lo saco de la mochila. Pero lo vuelvo a meter. Me da hasta rabia el enganche que tenemos.
Nuria va delante, parece que está disfrutando del frescor de esta parte del sendero; camina con los brazos extendidos hacia arriba, como queriendo tocar las copas de los árboles. Se gira, me mira, me dice algo, y me doy cuenta de que sigo enamorado.
La verdad es que los dos necesitábamos esta desconexión. Además, no hay quien soporte el calor del verano en la ciudad. ¿Por qué no voy a la piscina? Pues porque normalmente salgo tarde del trabajo y lo único que quiero es tomarme una cerveza en la calle, pero resulta que todo el mundo está fuera de vacaciones. A esas horas Nuria aprovecha el poco tiempo que tiene para estudiar. Y los días que salgo pronto, para cuando hace calor, ya tengo puesto el aire acondicionado y lo último que quiero es salir de casa aunque sea ahí al lado. Así que este fin de semana nos viene de escándalo. Aunque si el camino sigue así de fresco me va a pasar como con la piscina, al final no voy a tener ganas de bañarme. En realidad me da igual, solo por respirar este aire y dejar de oír el bullicio y las ambulancias merece la pena.
El camino se estrecha. Los pequeños muros de piedra de los lados han pasado poco a poco a estar cada vez más integrados con las raíces de los árboles. ¿Álamos? Ni idea. Si vemos a alguien le preguntaré. Mejor no, seguro que me cuentan su vida. No sé por qué me ha dado ahora por saber eso, si no sé ni de qué especie son los árboles de la calle donde vivo. Con la tontería de mirar para arriba, me he tropezado ya un par de veces con las raíces.
—Como siga así la cosa vamos a tener que abrirnos paso a machetazos —bromeo.
—Sí, claro con tu navaja suiza. Yo creo que ya estamos llegando al río. ¿Lo oyes?
Asiento. Sí que se oye un rumor de agua corriendo. De tanto escuchar mis pensamientos y mirar como un tonto a los árboles, no estoy prestando atención a los sonidos del campo. Una delicia. Sólo pájaros, el arroyo al fondo, y el andar de Nuria y el mío. Y las chicharras. Que casi no las distingo porque ya he asimilado el ruido. Como el de los coches en casa.
Seguimos un poco más, el camino toma una curva, y nos lleva a una verja antigua y oxidada que nos corta simbólicamente el paso. Porque está medio tumbada en el suelo y hay hueco suficiente para pasar. Doblado, pendiendo de la verja de uno solo de los remaches, hay un cartel metálico y roñoso en el que se lee a duras penas “Zona militar. Prohibido el paso”.
—Pero esto… ¿pasamos o qué? —pregunta Nuria señalándolo.
—La vieja no nos ha dicho nada de esto. Yo creo que nos hemos equivocado de camino, pero vamos, que esa verja está claro que ya no tiene sentido. Vamos, nos habría dicho algo si hubiera un cuartel militar o algo así por aquí.
Nuria no se lo piensa dos veces y pasa por el hueco. No vamos a volver ahora hasta la cuesta. Ya llevaremos andando, ¿cuánto?, ¿media hora desde entonces? Otra vez voy a sacar el móvil. Por dios, que dependencia. Si ni siquiera sé a qué hora tomamos el camino. Avanzamos un poco más hacia el rumor del agua y… Vaya pasada de sitio. Los rayos de sol entrando en el agua cristalina hasta el fondo de la poza. La pequeña cascada. Y aquellas piedras planas de allí parece que están hechas para tumbarse con la esterilla. Madre mía, que lujo. La Poza del Paraíso. Buen nombre. Eso le voy a poner al álbum en cuanto lo suba.
Bajamos hasta las piedras y nos hacemos unos selfies, contentos de nuestra pequeña hazaña y del precioso sitio que acabamos de encontrar. Vaya, pues hay cobertura. La verdad es que no me lo esperaba aquí, pero bueno. Voy a aprovechar para subir las fotos. Se van a morir de envidia. Y aquí al lado como quien dice. Tanto avión ni tanta leche. Nuria tiende su esterilla y empieza a quitarse la ropa. Yo no tengo claro si me voy a bañar o no. Tampoco quiero sol, se está bien a la sombra. Sí, mejor me tumbo a la sombra.
Nuria se tumba al sol y ambos miramos el móvil un rato. No tarda mucho en tener calor suficiente como para meterse en el agua. Se mete poco a poco. Va mojándose los brazos, un poco la nuca, y adentrándose en la poza paso a paso. La verdad es que sigue teniendo un cuerpo de diez. Me suena el móvil. Ya está la gente interactuando con la foto. Normal, es que el sitio es de película. A ver los comentarios. “Guau”. “Pasada total”. Emojis con ojos de corazones… ¿Pero qué dice este? “Vete de ahí, es peligroso”. ¿Y cómo sabe dónde estoy? Ah, vale, que he puesto la geolocalización. No me voy a ir de aquí porque me lo diga un desconocido en internet, que además es… Bueno, aunque sea doctor en ingeniería genética. Tampoco sé si el título es de verdad o se lo pone para fardar. A ver si lo encuentro… Vaya personaje raro. Expulsado del ejército, amigo de ufólogos y magufos varios. Paso de él. Voy a contestarle pero porque se están asustando los demás. “Vete a contar tus magufadas a otra parte”. Ahí lo lleva. Ya le están lloviendo los negativos. Menos el de Ángel, que le contesta algo. ¿En serio? Venga ya, Ángel, no piques. ¿Pero cómo va a tener razón ese lunático? ¿De verdad me vas a hacer seguir ese enlace?
El típico documento supuestamente desclasificado en el que no se puede leer casi nada porque es una fotocopia de una fotocopia de una fotocopia. De tachones a tachones, con fecha de hace setenta años, hallado germen microscópico, bla bla bla blá, origen desconocido, tachones, parálisis transitoria, bla bla blá, más tachones, altamente infeccioso, un párrafo entero en el que no se entiende nada, no se recomienda el baño en las inmediaciones del arroyo Piedrablanca. Venga ya hombre, y esa última frase sí que se ve perfectamente. Seguro que si le echo un rato me entero de cómo está trucado el archivo. Bah, paso. Voy a guardar el móvil que al final no tengo ni unos minutos de quietud. Mensaje. Ángel: “Vete de ahí”. Yo: “Pero si es un troll”. Ángel: “Hay cientos de documentos. De arroyos de todo el país”. Yo: “Fakes”. Ángel: “Miles de desaparecidos. Se está destapando ahora”. A la mierda. No me van a estropear el día. Móvil a la mochila ya. Seguro que se lo cuento a Nuria y se ríe en mi cara.
¿Nuria? Ese bulto en la poza no puede ser ella. ¡Nuria! Voy a por ti. Salto al agua. Te doy la vuelta. Flotas. Blanca. No respiras. Te voy a llevar afuera. No puedo. Mis piernas. No puedo moverme. Quedo boca arriba. No puedo mover nada. Floto a la deriva. Pero puedo respirar. Mi mente va a mil por hora, pero mi corazón parece un viejo reloj de péndulo. Tengo que pensar como salir de esta. Y tengo que hacerle cuanto antes la reanimación cardiopulmonar a Nuria. Si sólo pudiera mover aunque fuera un dedo. Nada, no hay manera. Sólo puedo mirar hacia arriba, con el sol entre los árboles y la brisa meciendo las hojas. No hay nada que hacer, será mejor que me calme y espere a que se me pase. Parálisis transitoria decía el documento. ¿Por cuánto tiempo? Cada segundo que pasa Nuria pierde posibilidades de sobrevivir, y las secuelas… No pienses en eso, tranquilo. Lo único que importa es planear qué harás en cuanto recuperes el control de tu cuerpo, así no perderás ni uno de esos valiosos segundos. A ver, tengo que arrastrar a Nuria a la orilla, hacerle la RCP, y en cuanto vuelva en sí tumbarla de lado y llamar a emergencias. Sí, ese es el plan. ¿Qué ha sido ese ruido? ¿Has tosido, Nuria? ¡Sí, lo has vuelto a hacer! ¡Estás viva! No me ves, pero lloro por dentro de alegría, amor. Vamos a salir de esta, ya lo verás. Ojalá pudiera hablarte al menos, se te haría más corto este suplicio. Pero no pasa nada, sólo hay que esperar. Estamos los dos boca arriba y salvo algún mosquito no hay nada por aquí que nos vaya a hacer daño.
Esperar y esperar y esperar. No debe haber pasado mucho tiempo, pero se me hace eterno. Intento mover cualquier parte del cuerpo, pero no puedo. Me he dado cuenta de que ni siquiera parpadeo. Hace un rato me pareció haber logrado mover el pie, pero creo que lo que ha pasado es que la leve corriente me ha hecho toparme con Nuria. Espero que ella lo haya sentido también y sepa que estoy a su lado. Sigo intentando moverme, en una especie de ritual en el que me centro cada vez en una parte del cuerpo. Seguro que Nuria está haciendo lo mismo. Puede que mejor que yo; sería gracioso que me salvara ella a mí gracias a sus clases de yoga. No la he oído hacer ningún ruido más, pero creo que sigue viva. No hay razón para preocuparse. Algún día nos acordaremos de esto y se lo contaremos a nuestros nietos. Obligados a hacer el muerto en la Poza del Paraíso. Algo ha cambiado en el ruido de fondo. Algunas chicharras han parado de cantar. El rumor del agua de la cascada cada vez es más fuerte. Puede que me esté acercando a ella. No, no, no, por favor, eso podría matarme. ¡Venga, muévete, maldita sea! Espera. Algo ha caído en el agua. Se ha enganchado a mí. Me arrastra. Me lleva a la orilla. ¡Seas quien seas, por favor, ayuda!
Boca arriba esta vez sobre las piedras de la orilla, no he logrado verle, pero creo que es alguien que nos está salvando. He escuchado el entrechocar de los guijarros bajo sus pasos, y cómo ha lanzado algo al agua para sacar a Nuria. No habla, pero parece que murmura para sí, repitiendo la misma frase una y otra vez. Eso que suena ahora debe ser Nuria arrastrada sobre las piedras. Menos mal, creía que no lo contábamos por culpa de la maldita cascada.
Un golpe sordo. No tengo claro lo que es. Otro. Suena como si estuviera cortando leña. Otro. A lo mejor prepara una camilla para sacarnos de aquí. Otro. Será un guardabosques o algo así. Otro más. En realidad no me gusta como suena. Otro. Este ha sonado muy… Otro… ¿Húmedo?
Ha parado, no me gusta nada lo que escucho ahora. No logro saber lo que es, pero no me suena a alguien preparando una camilla con cuerdas y palos. Varias veces ha arrastrado algo por las piedras y luego ha sonado algo parecido a una bolsa de patatas. Y no para de murmurar lo mismo. No lo entiendo, y me está sacando de quicio. A ver si se acerca y puedo verle. Sí, cualquiera diría que me ha escuchado. Ya viene. Esos pasos tan lentos. Podría darse un poco más de prisa. Ya casi te veo… ¡Anda! ¡Si es la vieja del pueblo! Qué alegría, por dios. ¿Qué es lo que murmullas, señora? Ahora estás más cerca, casi te leo los labios.
“San Martín de la Poza, yo la limpio y el pueblo goza”.
Qué cosas tiene esta gente de pueblo.
“San Martín de la Poza, yo la limpio y el pueblo goza”.
¿Y esa azada al hombro, para qué la traes?
“San Martín de la Poza, yo la limpio y el pueblo goza”.
No la levantes que me estás asustando.
“San Martín de la Poza, yo la limpio y el pueblo goza”.
¿Eso que gotea es sangre?
“San Martín de la Poza, yo la limpio y el pueblo goza”.