Buscaban personas para trabajar en la recogida de naranjas. Necesitaba el dinero, necesitaba un empleo. Llamó. Se citó con el empresario a las ocho y media de la mañana del 11 de febrero. Según él, no hubo instrucciones, contratos, ni medios. Sólo una escalera, un blusón para acumular las naranjas conforme se iban recogiendo, un saco para guardarlas y un precio: un euro por cada saco lleno, con unos 20 kilos de frutas. Así estuvo hasta las cinco de la tarde.
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