Las amenazas lo atormentaron durante toda su carrera pública, muy especialmente después del asesinato de Kennedy: si el mismísimo Presidente no tenía garantizada su seguridad, cualquiera podría abatirlo a tiros a él en cualquier momento y lugar. No renunció a su agenda de actividades por ello, pero no era la clase de individuo que aceptaba con resignación el constante peligro: [...] Primera parte
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