Si TV3 fuera una mujer podría decirse que ha tenido una doble vida. Una al norte del río Sénia, de niña bien, aburguesada y protegida por la moqueta institucional. Y una segunda existencia apostada en el monte, en tierras valencianas, en la que ha disfrutado del calor humano de miles de ciudadanos, pero en la que ha sufrido el asedio permanente del Consell y del Gobierno, que han aplicado la regla de tolerancia cero a su clandestinidad. Relacionada:
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