“¿Qué son trescientas mil personas con los brazos en alto? El ejército francés”. Este chiste, muy en boga tras la derrota gala a manos de los nazis en 1940, resumía la fama que tuvieron durante los años posteriores a la II Guerra Mundial las otrora temidas fuerzas armadas del país vecino. Sin embargo -anécdotas aparte- el siglo XX nos ha dotado con un vibrante abanico de ejércitos que son la antítesis de lo que deberían ser en una sociedad democrática: garantes de la voluntad civil y último recurso en cuanto a uso de la fuerza se refiere. Pongamos tres ejemplos más o menos cercanos de organizaciones militares que merecerían, por una combinación de escasa efectividad en combate, tendencia a tratar a su propia población como el enemigo y cultura de la impunidad, ser disueltos mañana mismo.
1) Argentina:
La crema de la crema. Si hiciéramos un listado de las organizaciones humanas más despreciables del siglo XX, las fuerzas armadas argentinas figurarían en un lugar de honor. En primer lugar, por su efectividad a la hora de eliminar...a su propia población. Así, a ojo de buen cubero, por cada soldado enemigo (esto es, británico) que consiguieron matar en el siglo XX, el ejército, la armada y la fuerza aérea argentina asesinaron a 1.500 civiles de su propio país, hasta lograr un alucinante total de 30.000 personas. Lo hicieron, además, de todas las maneras posibles: en 1955, por ejemplo, la Armada argentina decidió aplicar las lecciones de la II Guerra Mundial sobre bombardeos indiscriminados de poblaciones civiles machacando el centro de su propia capital, dejando 308 muertos y más de 800 heridos, casi todos paisanos inocentes.
Luego decidieron ser más sutiles y se pasaron, con entusiasmo, a la tortura, violación y lanzamiento de prisioneros vivos sobre el Mar del Plata. No se crean: el ejército y la fuerza aérea gestionaron también sus propios centros de tortura y mostraron una ferocidad para con sus víctimas que despertaría la entusiasta admiración de los más curtidos rebanacuellos del ISIS.
Lo que hace especial a las fuerzas armadas argentinas es su incapacidad para trasladar esa expeditiva crueldad al campo de batalla: cuando tuvieron una guerra de verdad (uno de los conflictos más absurdos de la historia de la humanidad, que ya es decir) e invadieron las Malvinas, nos regalaron una demostración de incompetencia a todos los niveles que habría sido cómica de no haber conllevado la muerte de tantos reclutas inocentes. Hagamos un repaso rápido: los más encarnecidos torturadores, como Alfredo “el Tigre” Ostiz -miembro de las fuerzas presuntamente especiales- mostraron una tendencia curiosísima a rendirse lo antes posible y sin disparar un solo tiro. Los mandos intermedios se aplicaron a lo que realmente sabían hacer: maltratar y torturar. Como no había embarazadas o monjas a mano, practicaron con sus propios soldados y dedicaron, en general, más energías a ello que a combatir a los ingleses. La cúpula militar, por su parte, protagonizó uno de los ejemplos más bochornosos de incompetencia de la historia de las armas: en lugar de esperar unos meses a que la Royal Navy diera de baja sus últimos portaaviones y de paso recibir ellos todos los misiles antibuque Exocet y los aviones SuperEtendard que habían comprado a Francia -por no hablar de los submarinos de última generación adquiridos en Alemania, incluyendo el malhadado ARA San Juan- , decidieron invadir lo antes posible. La consecuencia es que el Reino Unido realizó a su costa una demostración de libro sobre cómo funciona un ejército profesional y cómo se comportan militares de verdad en el campo de batalla.
Por todo ello (y recalco, siendo piadosos, que estoy dejando de lado otras bonitas historias), lo mejor que podría hacer Argentina es disolver sus fuerzas armadas y recordarlas como -probablemente- lo peor que le ha pasado en toda su historia.
2- Guatemala:
El ejército guatemalteco ostenta un triste récord: es el autor del único genocidio sufrido por América Latina en el siglo XX. Entre 1980 y 1995 asesinó a no menos de 150.000 civiles, en su inmensa mayoría indígenas mayas. Lo hizo institucionalizando la masacre y, créanme, pocas cosas hay más terroríficas, crueles y sádicas que una masacre del ejército guatemalteco (lean bajo su propia responsabilidad). No solo eso: en Ciudad de Guatemala importaron el know-how argentino para combatir la disidencia urbana y no dudaron en fichar terroristas de extrema derecha europeos para afinar sus conocimientos de tortura. Como remate, sus generales saquearon el país desde el minuto uno y lo han seguido haciendo hasta hace unos meses . Sin lugar a dudas, el ejército guatemalteco merece no solamente ser disuelto, sino que debería ser situado en el panteón de la infamia que ocupan las SS nazis o los Jémeres Rojos de Pol Pot.
3- España:
Entre 1923 y 1981 el ejército español dio cuatro golpes de estado; el tercero de ellos desencadenó una guerra civil enormemente cruenta; vencedor de la misma, protagonizó una feroz represión que dejó cerca de cien mil fusilados y sostuvo -y se benefició directamente- un régimen fascista que duró cuarenta años. Mientras tanto, montó un espacio de impunidad impermeable a la fiscalización civil que todavía nos sigue regalando grandes momentos.
Aquejado de una macrocefalia crónica, incapaz siquiera de imponerse en las sangrientas guerritas coloniales de Marruecos sin ayuda externa, con una idea histórica de su importancia inversamente proporcional a su respeto por las leyes y por su propia población, las fuerzas armadas españolas han sido uno de los ejemplos más paradigmáticos de ejército de ocupación (y si no piensen en por qué, hasta hace nada, había regimientos destinados en sitios como Medina del Campo)... en su propio país.
Hoy en día, tras un intenso lavado de cara en forma de operaciones humanitarias y cuerpos de nueva creación, sigue aquejado de los mismos males estructurales que hace ochenta años: una cantidad exagerada de oficiales por cada soldado: 130.000 soldados para 27o generales (el ejército más grande del planeta, el chino, tiene 190 para 2,3 millones de soldados). Una incapacidad crónica para atajar casos de corrupción entre sus filas y un escaso control por parte del poder civil. Si a esto le sumamos que su legitimidad simbólica (que en el fondo es lo que justifica la delegación del uso de la fuerza de una sociedad avanzada en un grupo determinado de profesionales) bebe directamente del ejército franquista, tanto en insignias como en tradiciones, pasando por el nombre de las unidades o el carácter de ciertos cuerpos presuntamente de élite, podemos concluir que uno de los símbolos más evidentes de la normalización de la calidad democrática de España será la refundación de sus Fuerzas Armadas en clave profesional, democrática y subordinada al poder civil.