En los alrededores de mi calle teníamos doce bares en menos de 300 metros. Quedan algunos que ya no tienen recreativas, ni tan siquiera un triste futbolín sucio. Lo que antes era un signo de distinción y atraía a la chavalería ahora es un trasto inútil, un objeto para la nostalgia. Tiene sentido cuando todos llevamos en el bolsillo dispositivos que son más potentes que el armatoste de la recreativa. La miniaturización y la cadena exponencial de crecimiento de los procesadores anticipada por la ley de Gordon E. Moore han sido implacables.
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