Los maoríes de nueva Zelanda quieren enterrar a sus muertos. En concreto, las cabezas de sus guerreros muertos en combate hace siglos, que consideran sagradas. El inconveniente es que los colonos que llegaron a las islas australes en el siglo XVIII vendían estas cabezas como recuerdos exóticos y ahora están repartidas por museos de todo el mundo.
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