Hay que admitir que la idea de la meritocracia resulta tentadora: una sociedad en la que cada cual llegase hasta donde lo permitieran su talento y su esfuerzo. Pero ocurre que en la práctica está lejos de materializarse, y no porque el ascensor social permanezca siempre averiado -hay días que funciona bastante bien- ni porque escaseen las oportunidades de promoción y mejora. Todos conocemos personas de talento a quienes las cosas les van fatal, e inútiles acreditados que alcanzan la cumbre y ahí se apalancan con plaza en propiedad.
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