Fátima Carnedero, María García y Manuela Martín no hablan chino, no les gusta la comida china y nunca se han sentido atraídas por la cultura del gigante asiático, pero, sin saberlo, han adaptado sus negocios al que llevan los empresarios chinos, especializados en alargar los horarios comerciales hasta convertir la tienda en algo casi permanentemente abierto. Sus maratonianas jornadas detrás del mostrador es la única alternativa que tienen para sobrevivir.
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