Blade Runner es una obra especial por muchas cosas, pero una de ellas fue haber logrado que, pese a construirse sobre un universo completamente fantasioso, nos trasmitía una sensación de familiaridad. Habitábamos, como Deckard, aquella urbe decadente con nuestra mirada imbuidos de sensaciones de crueldad y nostalgia. Era el futuro de 2019 según lo imaginaron las mentes de 1982, pero era un ecosistema que entendíamos como un producto humano. Esa ciudad era nuestra.
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