Livingstone había perdido la cuenta de los juicios que había ganado defendiendo a superconductores de Edison como Laura. Sin embargo, estaba nervioso.
-Letrado, es la tercera vez que le llamo la atención. ¿Se encuentra bien? -escuchó desde alguna parte arriba a la derecha.
Había acudido a juicios enfermo, muy enfermo, somnoliento, e incluso con resaca, pero siempre por causas de fuerza mayor. Sin embargo nunca había estado tan despistado como esta vez.
-Disculpa Antonio… eh… Ruego disculpe mi lapsus, Su Señoría.
Mientras salían de la sala, no pudo evitar ver la sonrisita orgullosa de Javier, el abogado de la acusación. Cualquiera pensaría que había ganado el juicio, cuando en realidad Laura había sido absuelta. A pesar de eso, Javier creía que le había ganado una batalla a Livingstone, y su rostro y su actitud altanera mientras recogía sus cosas así lo demostraba. Livingstone trató de no hacerle ver lo equivocado que estaba con ningún gesto, así que agachó la cabeza hasta que le perdieron de vista en el pasillo.
Tenía un par de cosas que decirle a Laura, y no quería hacerlo en el pasillo, así que cuando ella se acercó para darle las gracias, le cortó rápidamente con gesto de la mano y le ofreció tomarse unas cañas para celebrarlo. Para evitar una negativa, subrayó que era poco menos que una tradición ineludible en el mundillo judicial.
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La Tasca de Juan era uno de esos bares de toda la vida. Solo que ahora en lugar de Juan García, lo regentaba Jian Pan. Aunque les costara un poco más escucharse, el hecho de que aquí la gente hablara tan alto ayudaría a que no se enteraran de su conversación, aunque raro sería que a los parroquianos les interesara. Hoy había derbi.
No tuvieron problema en encontrar una mesa vacía en una esquina sin ángulo para ver el televisor. Laura esperó sentada mientras Livingstone se acercaba a la barra y traía un par de cervezas bien frías y unas aceitunas.
-Sé que soy muy pesada, pero gracias de corazón.
-Nada, nada, es mi trabajo, y además no tiene mucho mérito, como ya te comenté al principio, poquísimos casos de este tipo acaban en condena y las multas os las cubre el seguro.
-Aún así, gracias otra vez.
-Bueno, ¿qué vas a hacer ahora? Bueno, no ahora, me refiero a cuando te den el alta médica. ¿Piensas volver?
-Ni de coña. Ese trabajo es lo peor. No sé cómo será el de controlador aéreo, pero te digo que estar pendiente de tantas pantallas por si pasa algo que el coche autónomo no sea capaz de manejar y entonces ponerte al mando… sabiendo que si la cagas puede morir gente… pues la verdad es que quema. Quema mucho. Yo no lo aguanto más, y menos después de este accidente y toda la tensión del juicio.
-Me lo imaginaba, el juicio no habrá hecho más que empeorarlo todo. En fin -decidió ir al grano-, normalmente no se llega a juicio salvo que los familiares insistan, y no ha sido este el caso. Otra cosa es que haya indicios de que el superconductor haya hecho alguna locura como cometer un delito valiéndose de su posición -tomó un sorbo, mirándola a los ojos mientras encajaba la puya que le acababa de lanzar.
Laura abrió la boca para responder, pero sus ojos, luego su mano, y por último sus labios, acabaron encontrando refugio en su cerveza. Su semblante al dejar el vaso sobre la mesa había cambiado por completo. No en vano había pasado de creer, aun con cierta desconfianza, que estaban de celebración, a sospechar que su abogado le estaba preparando una encerrona de algún tipo. El tiempo del sorbo de cerveza no fue el suficiente como para recomponerse. Se quedó largo rato con la boca abierta otra vez, pero no le salían las palabras. El largo silencio de Livingstone, que no dejaba de mirarle fijamente a los ojos, confirmaba sus sospechas. Pero él no era lo bastante cruel como para mantenerla en esa situación de tensión demasiado tiempo.
-Mira Laura, vamos a ser sinceros el uno con el otro, porque creo que hemos empezado con mal pie los dos. Y me incluyo, eh -el rostro de Laura se relajó un poco, pero el miedo no había desaparecido de sus ojos, parecía un animalillo acorralado-. Voy a empezar yo, para que veas que voy en serio.
No me metí a picapleitos de Edison por gusto. No pagan tan bien como la gente cree, porque al fin y al cabo estos pleitos se solucionan casi siempre con un acuerdo que los comerciales de la empresa se encargan de venderle a los afectados.
Como ya te he dicho sólo si la acusación particular es poco colaboradora se acaba en juicio, y de los veintitantos que llevo no he perdido ni uno solo. Sólo conozco un caso en el que hubo pena de cárcel, aunque al final no se cumplió porque era poco tiempo, ya sabes, y sé de buena tinta que hubo condena porque el juez conocía al acusado y le quería empapelar.
Al final los jueces suelen imponer una indemnización parecida a la que ofrecen los comerciales, así que con el engorro que conlleva un juicio, ya me dirás quien se mete en ese jaleo.
La mayoría de los que lo llevan adelante es gente que quiere demostrar alguna cosa a su familia, su comunidad y cosas así. Algo así como: “Miradme, me preocupo por la muerte de mi hija”. Muy bonito cara a la galería, pero de poco sirve para hacer justicia o evitar que siga muriendo gente. Yo diría que otros lo hacen por verle la cara al culpable de la muerte de su hija…eh… de sus familiares.
Así que, eso, en los casos en los que quieren verle la cara al culpable, ya me encargo yo de que se enteren de que su asesino no tiene rostro pero sí cotiza en bolsa y tiene un ticker en Nasdaq. Al fin al cabo soy abogado defensor de los superconductores y tengo que echarle el muerto encima a otro, aunque sea a la propia empresa. Total, es sólo cuestión de números, y con la legislación actual, a ellos las cuentas le salen.
Pero claro, a esos pobres familiares lo único que les queda es buscar culpables con dos ojos y dos orejas, y al final para eso existís los superconductores, para asumir la responsabilidad legal en caso de accidente, ¿no? Pero nadie dice nada de la carga moral, ni de las tasas de suicidio en vuestra profesión. Pero bueno, que te voy a contar yo de eso.
-En los dos años que llevo, y sólo en mi planta, siete -dijo Laura-. Que se fueron a por tabaco, decimos nosotros.
-Es que es una canallada. Todo el sistema de los superconductores. Saben de sobra que una persona no puede atender los imprevistos de la conducción de veinte coches, pero les importa una soberana mierda mientras les cuadren las cuentas.
La mitad del bar saltó enfurecida moviendo sillas y mesas, gritando, maldiciendo y acordándose escatológicamente de la madre de alguien. Cualquiera diría que una injusticia enorme acababa de suceder. No era para menos, había sido un penalti clarísimo, pero al parecer el árbitro no opinaba lo mismo.
-Veinticinco -dijo Laura.
-¿Qué? -Livingstone no le pudo oír con el jaleo.
-Veinticinco -repitió-. Con el nuevo sistema dinámico, los subieron a veinticinco en los picos de atención. Nos miden constantemente para saber la carga que nos pueden meter.
-Pues veinte es el máximo legal según la 2022/8.
-De momento están solo en pruebas, con conducción simulada de los cinco extras. O eso nos dicen.
-Muy interesante, y no lo sabía. Ves, esa es la razón por la que me metí en esta mierda -tomó un sorbo-. Los voy a reventar -se llevó las manos a la frente y las deslizó lentamente hacia atrás, arrastrando su pelo, preparándose para lo que iba a decir -. Así que, Laura, ¿o debería llamarte Andrés?
Laura miró a todos lados, con los ojos como platos, por si alguien había escuchado cómo le acababan de llamar. Si hace un rato parecía un animalillo asustado, ahora su rostro parecía el de un gato brincando y corriendo despavorido cual alma lleva el diablo. Sólo su rostro, porque el resto de su cuerpo permanecía inmóvil. Anclado en su silla como instantes después del accidente del juicio. Los nervios a flor de piel buscando señales de alguien que se hubiera percatado de lo ocurrido. Pero como entonces, la gente a su alrededor iba a lo suyo, a nadie parecía importarle lo que para ella era un peligro mortal. La vida seguía.
-¿De verdad pensabas que te ibas a escabullir con la ley de transolvido? Deberías haberte informado mejor, porque los abogados defensores tenemos acceso a la información de todas las identidades pasadas de nuestros clientes. Pero es que la acusación también. Es un embrollo y normalmente no se pide, pero si hay indicios de que pueda influir en el caso nos dan acceso. Aunque no creo que cambiaras de identidad sólo por eso, pero bueno, tampoco quiero meterme donde no me llaman. Así que, ¿sabes lo que te ha librado de verdad? Dos cosas.
Que Javier, el abogado de la acusación, me tiene una tirria impresionante. Intuye, o más bien diría que sabe a ciencia cierta, porque aunque sea un envidioso y un cobarde no es tonto, que voy a por Edison. Y creía que yo quería hacer saltar la liebre con tu caso, así que no me iba a hacer el favor de destaparte. Pero no es así, no me interesaba que el tuyo fuera mi último caso.
Porque, y esta es la segunda razón de que no estés en la cárcel, haré saltar la liebre cuando tenga un caso que la opinión pública, y yo mismo, considere inadmisible y repugnante. Y el tuyo no lo es. El violador de tu hermana no debería haber estado en la calle, montado en un coche autónomo como cualquier hijo de vecino. ¡A cualquiera le podría haber tocado compartir viaje con él! Estoy seguro de que mucha gente pensaría que se merecía morir en un accidente, o incluso algo peor.
Así que ya está. Ya me he sincerado contigo. Mis cartas están sobre la mesa. Ahora te toca a ti. Así que cuéntame.
¿Cómo demonios conseguiste saber que iba en ese coche?
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