Era una cadena: ella se bebía dos copas de vino y fumaba crack para aliviar sus penas, y nosotros nos la bebíamos a ella y sus adicciones en vaso ancho, con una piedra de hielo, sentados junto a nuestra chimenea, paladeando su elixir de desastre y premuerte. Y nos hacía felices. Fue nuestro valium social favorito e interpretó su papel hasta el final: murió para que sepamos que estamos vivos.
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