En Sevilla hay docenas de jóvenes subsaharianos que se ganan la vida vendiendo pañuelos a los automovilistas. O más bien, creo yo, saludándolos. Siempre que tengo algo de dinero suelto disponible trato de ayudarles, aunque sea consciente de que es un modo demasiado modesto de hacerlo. Intercambio con ellos algún saludo, y los miro a los ojos, donde la mayoría de las veces descubro un halo de tristeza a pesar de que casi siempre se dirigen a mí sonriendo. Esta mañana, un chico tímido hizo lo mismo pero al final me miró y me dijo una sola palabra
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