Saliendo esta mañana de un hospital público de gestión privada, me encuentro a un viejito vestido con ropa de enfermo. Es extraño. Está nevando. Mira los copos como si estuviera contando estrellas. Silba, sentado en un banco, luego deja de narrar la melodía y fuma de un cigarro como si le fuera en ello la suerte a los 300 de las Termópilas. Bebe, sin culpa de herido, de una lata de cerveza.
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