De cómo un universitario americano pasó de agresor a defensor de los derechos de las mujeres. Cuando era pequeño, mi madre y mi padre solían discutir mucho. Algunas mañanas me despertaba con el sonido alarmante de mis padres gritándose. La discusión continuaba hasta que mi padre gritaba “¡Y se acabó!No voy a seguir hablando más de esto”. La disputa acababa justo ahí. Mi madre nunca tuvo la última palabra. Los gritos de mi padre hacían encogerse a mi madre; yo quería hacer algo para parar esa furia proyectada contra ella. En aquellos momentos..
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