Antonio E. llevaba cuatro años con el gimnasio abierto en pleno barrio madrileño de Villaverde Alto. Era el sueño de su vida y por eso se entregaba con gusto, aunque no sin esfuerzo. Llegaba a 'la oficina' cuando el sol aún no había salido y se iba a casa bien entrada la noche. Le había costado mucho sudor y horas sin dormir poner en marcha el negocio y, sobre todo, mantenerlo. Por fin había conseguido una clientela estable, fiel y numerosa cuando, de la noche a la mañana, todo se fue al traste.
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