En 2003, Gerhard Schroeder, por entonces Canciller, encontró la fórmula mágica para terminar con el mal del paro alemán. Si el problema era que había muchos alemanes para pocos puestos de trabajo, la solución estaba muy clara: había que trocear esos empleos y repartirlos. Los «mini jobs» eran trabajos a tiempo parcial por los que se percibían salarios bajos, 400 euros como máximo. El empleado no pagaría impuestos y abonaría las cotizaciones sociales de forma voluntaria.
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