Si se contrata a la gente por su procedencia y no por lo que puede ofrecer al negocio en cuestión, es probable que algo acabe saliendo mal. La realidad es que la cúspide del mercado laboral funciona por retroalimentación: sólo se puede acceder a determinadas profesiones con determinados contactos, que sólo consigues si eres de clase adinerada y puedes acceder a determinadas escuelas. El determinismo es pues la norma, y en este círculo vicioso, por mucho que se niegue, la excelencia acaba naufragando.
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