Me topé en una estación de trenes con un cartel ciertamente desalentador. En él una leyenda que pudiera haber escrito el mismísimo Ibáñez para alguna de sus históricas historietas de Mortadelo y Filemón decía exactamente que una sala de la estación ferroviaria –la mejor, la más grande y mejor acondicionada- debía pertenecer por este orden a “solados y a madres con sus bebés”.
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