Sobre la torta a tiempo y otras reflexiones

Antes de nada unas puntualizaciones en cuanto al debate entre los protorta y los antitorta. La primera es que los niños de Menéame que han sido criados mediante alguna que otra excepcional torta no son necesariamente maltratradores ni se sienten traumatizados. Hay que reconocerlos como niños normales, por lo menos en el aspecto en el que todos decimos que somos "normales". Segunda, los que no han sido educados con guantazos no creen comportarse como salvajes o no se ven como inaguantables narcisistas, seguramente se consideran tan "normales" como los primeros. Esto nos lleva al tercer punto: puesto que todas las personas se ven a si mismas como gente "normal" parece que la "torta a tiempo" nunca ha sido necesaria, porque no puede ser que los que no han sido criados con guantazos no hayan necesitado la "torta a tiempo" en alguna ocasión. Hay niños menos problemáticos que otros, pero ningún niño es un ángel siempre. Y un último y cuarto punto, los que no fueron torteados en la infancia no necesariamente demuestran ser más pacíficos, porque las relaciones entre los niños se establecen muchas veces a base de tortas, de modo que aunque uno piense que es pacífico los violentos pueden acabar metiéndote en algún fregado, y ahí está el cerebro de reptil preparado para tomar el control del cuerpo y comenzar a dar mamporros a diestro y siniestro.

Lo que yo creo es que si pego a mi hijo con el fin de que haga lo que quiero, él tomará esa conducta como una forma de dialogo normal para obtener cosas de los demás, porque lo descubrirá de la mejor manera (de la experiencia) y en el mejor momento para aprenderlo (en la niñez). Y creo que la costumbre de los bofetones por parte de los mayores, es lo que provoca que los niños de adultos conviertan el mundo en una selva. Que esto pase o no con los niños que son abofeteados supongo que depende de la cantidad de tortas que se les propine. Pero tortear a los niños durante la infancia si que hace niños violentos, no irascibles, ni necesariamente trastornados, sino gente capaz de dialogar mejor mediante las tortas y sin reparos en contemplar la opción de resolver las cosas por medio de la violencia. Esta claro que esa conducta no se consigue con cuatro tortas esporádicas, sino con la costumbre de dar tortas. La cultura de la torta es lo que vuelve más violenta la sociedad. Pero los que han nacido dentro de la cultura de la torta tampoco dejan de ser personas normales. Al fin y al cabo durante toda nuestra historia hemos estado dentro de la "Era de las Tortas", un tiempo en el que te podían cortar el cuello por meterte con alguien, o con algo. Y la gente que te cortaba el gaznate tenía vidas normales, hacían ciencia y creaban arte igual o mejor que cualquier pacifista de la actualidad. Un paradigma de lo que digo es la turbulenta vida de Caravaggio, pintor pendenciero que siempre acababa en alguna reyerta. Si la sociedad era peor a causa de la violencia, lo era en el sentido en el que el alma de la gente tendía a subir a los cielos con más celeridad, como por ejemplo la de Évariste Galois cuya espectacular y meteórica trayectoria en las matemáticas quedó truncada por su muerte en un duelo cuando sólo tenía veinte años. El problema de las sociedades violentas es que son más conservadoras, porque son más estresantes e incomodas para pensar y filosofar, ya que puedes perder la vida cuando apenas estas empezando a reflexionar sobre ella o cuando has comenzado a hacer cosas interesantes con las que podrían vivir mejor tus semejantes.

Sugiero que si vamos a volver a la torta como una opción aceptable, aunque excepcional, lo hagamos fingiendo haber perdido la cabeza. Se consiguen los mismos resultados y los niños lo entienden, pero sin pasarse al lado oscuro. En una ocasión logré desquiciar a mi madre y me soltó una torta, pero yo supe que me había atizado en el estado en que lo hace una persona perturbada, precisamente por lo excepcional de la respuesta y por las trágicas expresiones que todo primate reconoce, por pequeño que sea. Aun así la torta consiguió su objetivo, porque aunque no fue una "torta de castigo" sino casi un acto reflejo de desesperación materna, el caso es que me hizo sentir culpable de haber provocado una crisis a mi pobre madre, y me fui compungido y arrepentido a la cama. Los cachetes excepcionales nacidos del desquiciamiento del padre en vez de transmitir la idea de que, teniendo el poder, la violencia es una forma correcta de obtener cosas de los demás, transmiten la imagen de que nuestro padre ha enfermado por nuestra causa, y ese derrumbe excepcional y transitorio de la autoridad es más conveniente que el frío método del padre que atiza al niño sin perder la razón. Obviamente esa forma de corregir mediante tortas previo desquiciamiento paterno sería mucho peor que el guantazo autoritario y racional si se convirtiera en costumbre, pero como una manera excepcional de abofetear hijos, es más productiva.