La escenificación está perfectamente estudiada. Arrimadas o Abascal acuden a un punto geográfico donde el sentimiento independentista es potente. Les acompañan varias decenas de simpatizantes. Despliegan sus banderas españolas y dan algún discurso. En el caso de Abascal, da rienda suelta a su casposa retórica neofranquista y empieza a hablar del contubernio rojo-separatista y su bilis antiespañola. En el caso de Arrimadas, comienza a gritar con su tono pijo-superofendido porque en el sitio a donde ha ido hay lazos amarillos, y jura por Snoopy que luchará con todas sus fuerzas para que la estética del lugar en cuestión vuelva a ser superideal sin esos lazos tan cutres, dejando claro que al hacerlo está enfrentándose ella sola al principal problema de España.
Entonces comienzan a acudir militantes de los CDR o grupos similares. Les insultan, queman alguna cosa y tiran alguna piedra. Arrimadas comienza a dar palmas (asegurándose de que no se le dañe el esmalte de uñas) y gritar "libertad", mientras Abascal alza la barbilla y, emulando a Millan Astray en su famosa foto con Franco, comienza a gritar "viva España". El espectáculo está servido y tanto Abascal como Arrimadas ya pueden dar su rueda de prensa diciendo que son mártires por la unidad de España que se juegan el tipo contra los violentos intolerantes que quieren agredirles.
Hay dos razones para condenar la actitud de los CDR (y la de otros grupos de ultraizquierda que hacen cosas similares en otros puntos del país). La primera es de índole ético: todo el mundo tiene derecho a expresarse, incluso los trileros que agitan banderitas para que las miremos mientras nos roban la cartera. Si un partido tiene un programa incompatible con los Derechos Humanos o la democracia (como puede ser el caso de Vox) hay que acudir a los tribunales para instar su ilegalización, pero mientras sea legal tiene derecho a operar en todos los ámbitos. Arrogarnos el derecho de impedir hablar a los demás porque nosotros lo decimos es sumamente peligroso, y el germen de muchas tiranías.
La segunda razón es de índole pragmático. Cada insulto que se lanza y cada piedra que vuela son votos para Abascal y Arrimadas. Lo saben, y por eso acuden a esos puntos calientes rodeados de cámaras. Para derrotar a Arrimadas no sirven las piedras, sino las preguntas del tipo "¿Cómo es posible que siempre que sale en los medios esté gritando porque en tal o cual sitio hay un lazo amarillo? ¿España no tiene otros problemas más graves, como la pobreza o el deterioro de los servicios públicos? ¿Por qué nunca habla de ellos? ¿Es porque no tiene propuestas para solventarlos, o porque sus propuestas dan tanto miedo que es mejor no comentarlas?"
Y para derrotar a Abascal no sirven los insultos, sino preguntas del tipo "¿Cómo se atreve a criticar lo público si usted no ha trabajado un solo día de su vida, limitándose a cobrar de una fundación sin actividad que le regaló Esperanza Aguirre? ¿Le parece bien que sus candidatos hablen de la homosexualidad como una enfermedad que debe curarse? ¿Comparte las palabras de su cabeza de lista que propone eliminar la sanidad y la educación del listado de servicios públicos, reduciéndolos a policía, ejército y sistema judicial?"
Los trileros se benefician de la confusión y el ruido que provocan las algaradas. Dejad de regalárselas, pedazos de burros. Argumentos contundentes, dichos con tono suave pero firme. Puño de hierro con guante de seda frente a quienes quieren destruir las conquistas sociales y las libertades que tanto nos ha costado conquistar, y que ya están en franco retroceso. Si tu rival tiene un discurso tan podrido que necesita taparlo con una bandera, no escupas sobre ella, porque enseñará el escupitajo a todas las cámaras y nadie verá lo que hay detrás. Pensad, cacho cabestros, y dejad de hacer la campaña a una derecha que cada día está más fuerte por vuestros errores.
¿Queréis una prueba de que lo que digo es verdad? Pues bien, pese a que estoy condenando la violencia contra Vox o C´s, veréis cómo el comando falangito me negativiza este artículo de forma masiva y coordinada. Los gritos les encantan, pero los argumentos les dan miedo.