Están cogiendo fuerza y van a por todas. No es sólo en un país: Francia, Italia, Suecia, EEUU, Países Bajos...nos muestran que el resurgir de la ultraderecha es una realidad en plena evolución. Comparten estrategia, discurso, fines, relaciones... y cada vez son más fuertes. También comparten una fuente de alimento esencial: el descontento por la podredumbre del sistema.
No hay nada más insultante que escuchar a un político alabando la grandeza de la democracia y la vigencia de los derechos y libertades constitucionales mientras cobras 750 euros de salario por 40 horas de trabajo y con él debes alimentar a tres hijos. No hay nada más hiriente que oír el mantra de que "la ley es igual para todos" mientras Campechano se libra del procesamiento, la Infanta es absuelta y un anciano es desahuciado de su casa. Y no hay nada más hipócrita que un político comprometiéndose con la dignidad de españoles e inmigrantes mientras condena (a unos y otros) a malvivir en barrios marginales donde el hacinamiento y las carencias de todo tipo provocan conflictos vecinales. Todo ello mientras él vive en su chalet de lujo.
En los años 30, el fascismo aprovechó la hipocresía, la corrupción y la codicia de la clase política tradicional para imponer su modelo de Estado-monstruo. Aprovechó la desafección que provoca la defensa formal de un catálogo de derechos constitucionalmente reconocido que no se respeta en la práctica, porque para que se respete es preciso un reparto justo de la riqueza que la clase política tradicional no pensaba permitir. Aprovechó los privilegios, las mentiras, la corrupción y las complicidades con la élite económica de unos partidos políticos tradicionales que era tremendamente difícil diferenciar más allá de que sus nombres eran distintos. Lo aprovechó para imponer un sistema aún peor. Y hoy, salvando las distancias, la situación es muy similar.
Frente al político tradicional que se encastilla en su torre de marfil, la extrema derecha se coloca a pie de calle con un discurso populista. Quieren que la gente les vea como uno de los suyos, en contraposición con la élite corrupta que se turna en el poder. La ultraderecha reivindica un "espíritu del pueblo", una identidad homogénea que destruye la diversidad, pero que mucha gente percibe como propia (en gran medida, por un Estado que no ha invertido lo suficiente en liberar conciencias). La ultraderecha sataniza de igual manera a quien se sale de esa identidad homogenea por ser feminista-gay-librepensador-inmigrante, y a la clase política tradicional. Reivindica la grandeza natural del pueblo, que siempre se ha regido por rectas costumbres y ha logrado sus más grandes conquistas bajo el mando de líderes fuertes y amantes de la tradición, en contraposición con el estado general de decadencia provocado por clase política corrupta-feminazis-comunistas-inmigrantes-defensores de la ideología de género.
Como nos demuestra la Historia, la ultraderecha no quiere redistribuir la riqueza, ni conseguir justicia social, ni defender la dignidad de los ciudadanos. En cuanto logra el poder, se alía con los grandes empresarios e impone un régimen aún más injusto en lo económico que el precedente, pues las drásticas limitaciones de libertades impiden cualquier organización contra los abusos del poder económico. Es por eso que la ultraderecha nunca ataca (o si lo hace, es de refilón) a los grandes magnates, sino que pretende enfrentar a pobres contra pobres (inmigrantes explotados frente a nacionales explotados) para que nos entretengamos odiando a quienes son pisoteados junto a nosotros y no pensemos en quienes nos pisotean. De igual modo, intenta enfrentar a la gente por cuestiones tan irrelevantes a nivel público como su religión u orientación sexual, mientras no habla de los asuntos públicos que verdaderamente importan (como los privilegios fiscales para los más ricos).
Pero para combatirles es clave convertir en realidad los derechos y garantías que están en el papel. Hacer alabanzas públicas de ellos mientras se niegan en el mundo real, sólo aumenta la rabia y el hartazgo ciudadano. Los líderes políticos que viven en la opulencia, aprovechan su control de los resortes del poder para forrarse y luego cantan las grandezas de nuestro ejemplar orden constitucional, son los mejores aliados de la ultraderecha. Hacen falta inversiones (y presencia policial) en los barrios más deprimidos para perseguir las conductas incívicas, el tráfico de drogas, el vandalismo...y a la vez dar oportunidades a quienes viven allí. Hace falta un poder judicial independiente que persiga a quien delinca independientemente de su posición. Hace falta sacar el dinero del bolsillo de los más ricos (al menos al nivel de los países europeos más avanzados en fiscalidad progresiva) para garantizar una vida digna a todo el que lo está pasando mal, y un futuro a los más jóvenes. Hace falta que el Estado respete a cada ciudadano, para que él se respete a sí mismo y a los demás, independientemente de su raza, sexo o religión. Hace falta un sistema lo suficientemente atractivo como para contrarrestar los cantos de sirena que la ultraderecha ofrece, o terminarán imponiéndonos el suyo.