Cuándo la aplicación de Skype llegó para nuestros smartphones hubo una doble reacción. Primero de sorpresa: ¿llamadas y videoconferencias “gratuitas” (no lo son, ya que probablemente estemos pagando un plan de transmisión de datos en Internet, además del propio teléfono) entre móviles? Y segunda de incredulidad, al ver que el servicio tenía un sobrecoste por parte de las operadoras o directamente no funcionaba.
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