Con el éxito de su segundo disco, con la crítica en su bolsillo, una Shelagh McDonald de veinticuatro años desaparece. Sin dejar rastro. Sin decirle nada a nadie. Sin previo aviso. Ella y su belleza de elfa, sus vestidos sueltos de floridos retales y su carácter escocés y reservado se desvanecen en el momento más prometedor de su carrera artística. Tres décadas después leería un artículo sobre su persona y concederá una entrevista. Por un mal viaje de LSD se retiró de la música, por amor después vivió 30 años en el bosque, en una tienda
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