Aunque la palabra samurái se usa para designar a una gran variedad de guerreros en Japón, se aplicó sobre todo a la élite militar que gobernó el país nipón durante cientos de años. El código del samurái del siglo XVII decía que “el camino del samurái es la muerte” y recogía que las alternativas para acabar la vida de estos guerreros eran bien la muerte en combate o el suicidio, preferible antes que la rendición.
Los samuráis anhelaban morir por su señor o por su causa, y desde los primeros guerreros del siglo X hay testimonios de diversos métodos de suicidio por honor. Un samurái podía acabar con su vida arrojarse al agua con la armadura puesta o tirarse del caballo con la espada en la boca. Como sabéis, el más emblemático era el hara kiri, que en su designación más formal se llamaba seppuku. El primer caso documentado data de 1180 cuando un anciano samurái llamado Minamoto no Yorimasa acabó con su vida mediante su propia evisceración al término de una batalla en la que acabó acorralado.
Los japoneses no son el único pueblo que optaba por el suicidio en los casos de derrota o deshonra, y tenemos muestras de estos gestos en varios pueblos, empezando por los romanos y siguiendo por los íberos. No obstante, hoy me gustaría profundizar en el que practicaban en el país del sol naciente.
El seppuku forma parte del bushido, el código moral de los samuráis, y se prefería a la muerte con deshonor, aunque también se ejecutaba como protesta, para enmendar algún error cometido o para seguir al señor feudal de turno a la muerte. Esta práctica, la de seguir al amo a la muerte, se denomina oibara o tsuifuku.
Ojo, no era una práctica obligatoria, ya que el seppuku era una manera muy drástica de acabar con tu linaje, así que no era raro que tras una derrota el samurai pasara a luchar bajo otra bandera si con ello se garantizaba su descendencia. Eso sí, existían seppukus obligatorios por ejemplo si un tribunal te sentenciaba a muerte.
El ritual del seppuku
Harakiri significa, literalmente, “cortar el vientre” y tiene un ritual específico en el que se pauta desde la espada utilizada como la ropa que debe llevar el samurái cuando lo practica. La ropa elegida (si es que podía elegir ropa) solía ser un kimono de ceremonia, de color blanco, el color de los difuntos. La espada con la que se ejecutaba el seppuku era más corta que la katana y se denominaba kodachi o wakizashi.
Los samuráis de alta escala podían ejecutar su suicidio en un parque o en el exterior de sus casas, mientras que los de bajo rango debían hacerlo en el interior: en una habitación, en la celda donde estuvieran recluidos o incluso en un templo. Cerca del samurái se ponía una cesta o se hacía un agujero en el suelo para recoger la cabeza cuando se la cortaran.
Antes de ejecutar el ritual, el samurái escribía un poema de despedida, que en la práctica eran sus últimas palabras ya que el seppuku se llevaba a cabo en silencio. Se le permitía beber sake y a continuación tenía que abrirse el kimono para comenzar con el ritual, una vez se ha colocado de rodillas en la posición seiza. Además, se solían colocar las mangas del kimono bajo las mismas para no caer hacia atrás durante la muerte.
La muerte por seppuku era bastante lenta y dolorosa, ya que consistía en un corte horizontal y otro vertical, como en cruz, en el vientre. Lo que se buscaba era cortar los centros nerviosos de la columna y con ello se provocaba una larga agonía, por lo que se solía recurrir a un segundo, alguien de confianza del samurái, para decapitarle cuando acabara con la espada. A este segundo se le llama kaishakunin y podía ser un amigo, un sirviente, alguien de confianza o una persona designada por las autoridades en casos de sentencias de muerte.
Otro factor importante en la práctica del seppuku eran los testigos, que tenían que dar fe de que la muerte se había llevado a cabo, y por eso tenemos constancia de muchos harakiris practicados en el pasado. Si tenéis curiosidad, podéis leer cómo lo vivió Algernon Freeman-Mitford, un diplomático inglés que vivió en Japón durante el siglo XIX.
Numerosos testimonios dicen que muchos no llegaban a hundirse la daga en el vientre, sino que eran decapitados al acercarse el arma (por lo general, se solían poner de acuerdo en el momento elegido) aunque se tenían por muy valientes a aquellos que llegaban a terminar el ritual por completo. Incluso se sabe que algunos recibían una daga de madera para hacer un suicidio simbólico. Se consideraba que se había terminado el ritual cuando, en el corte vertical, se llegaba hasta el esternón.
No se os habrá escapado que dar a un reo de muerte una daga podía ser un gesto temerario, y Hattori Ujinobi recuerda una ocasión en la que un condenado “tomó la espada del inspector e hirió a multitud de personas”.
Las mujeres podían enfrentarse también al suicidio aunque técnicamente no se consideraba harakiri, ya que no se apuñalaban el vientre. El suicidio femenino se denominaba jigai (que es la palabra que significa suicidio a secas) y consistía en practicarse un corte en el cuello, seccionando la arteria carótida con una daga llamada kaiken.
En Japón el suicidio está prohibido como práctica judicial desde 1873, aunque se ha seguido practicando. Uno de los últimos casos más sonados fue el del judoka Inokuma, aunque la lista es bastante larga una vez empiezas a documentarte.
La foto de arriba la he cogido de Wikipedia como siempre.