Ya se sabe que esto de la política está muy mal visto, y que si los amigos se enteran de que te han hecho director general en un Ministerio son capaces de sacarte una pancarta del 15-M en plena barbacoa. Como el dinero no constituye tampoco un aliciente extraordinario, hay que suponer que la conversión de bien pagados ejecutivos privados en servidores públicos sólo puede deberse a una desbordante pasión por el bien común o algún interés difícilmente confesable.
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