Según leo las últimos datos de la pandemia, una sensación desasosegante, una presión en la nuca como no sentía desde abril me es cada vez más insoslayable. Un sexto sentido me dice que como país la hemos vuelto ( perdonen el lenguaje ) a cagar. Los datos exponenciales de Aragón, la aterradora situación del rastreo en Madrid, el crecimiento en todas y cada una de las comunidades autónomas del número de contagios, las calles vacías, las explosiones de irresponsabilidad, todo me indica que las próximas semanas viviremos una segunda ola con consecuencias económicas, sociales y políticas imprevisibles, históricas, de las de que terminan en los manuales .
Porque esta vez, las responsabilidades están muy bien repartidas, como el virus. La crisis está demostrando que las comunidades autónomas no tienen, por razones que podemos discutir en el futuro, capacidad de gestión suficiente, inteligencia, medios, profesionales, o decisión política como para lidiar con esto. Y muy a mi pesar tengo que decir que la reacción, o mejor dicho la falta de reacción del gobierno central me resulta profundamente decepcionante. el ministro de Sanidad, Illa, debería haber tomado cartas en el asunto hace días.
Se debería haber vuelto a proponer un estado de alarma, aunque fuera parcial y modulado según la situación de cada lugar. Y , siento aún más decirlo, se debería sustituir a Fernando Símón: por muy simpática que nos resulte su personalidad es evidente que no está reaccionando tampoco con la celeridad y contundencia que la escalada vírica está pidiendo a gritos. Simón debe marcharse y hacerlo ya. Y el gobierno central debe adoptar las acciones sustitutorias de la mala gestión de las comunidades que sean necesarias, aunque, desgraciadamente mi impresión es que ya llegamos tarde. Otra vez, y ahora no tenemos excusas. Y ahora las consecuencias serán peores.
No soy epidemiólogo, pero cierta sensación desagradable en la nuca me lo está insinuando. Esta vez, no tenemos, nadie, perdón.