Cuando el gato Rory llegó a la consulta veterinaria en Tauranga (Nueva Zelanda) su estado era crítico. Su sangre estaba envenenada tras haber ingerido mata-ratas y era cuestión de horas o minutos el fatal desenlace. Debido a que el laboratorio de análisis sanguíneo se encontraba cerrado la veterinaria decidió jugárselo todo a una carta y usar la sangre de la que disponía, de perro, para limpiar la sangre envenenada del felino. Milagrosamente la transfusión funcionó y el gato se restableció a las pocas horas quedando fuera de peligro.
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