George Pickering era un padre desesperado. Su hijo había sido declarado con muerte cerebral y los médicos iban a desconectarle de las máquinas que le mantenían con vida. Pistola en mano, el hombre de 59 años se dirigió al hospital, en Houston, Texas, y se atrincheró con el joven. Su exmujer y su otro hijo habían aprobado la recomendación de los médicos y él era el único que se negaba.
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