Poco importa que le corten el agua, la luz, que los bulldozer se dediquen a desfilar por la puerta para espantar a la poco probable clientela. Poco importan las jugosas ofertas para un hombre de 71, Salah Oudjani, a quien el dinero ya no le significa nada. Hace casi medio siglo que abrió su negocio, una cafetería con su nombre, en el antaño próspero municipio de Roubaix, cercano a la frontera con Bélgica. Por aquel entonces era un importante centro de producción textil.
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