Sadam Husein se mantuvo desafiante hasta el final. No sólo se negó a que le cubriesen el rostro para ser ahorcado, sino que se encaró con uno de sus verdugos, que dio vivas por el clérigo chií Múqtada al Sáder, acérrimo enemigo del dictador iraquí. Sadam le respondió ninguneando al clérigo.
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