Durante años, Ryanair se ha ganado a pulso el título de ser una de las empresas más odiadas del mundo. Pero los resultados le daban la razón: se podía pisotear a los clientes y, aún así, ganar mucho dinero. Buenas ocupaciones y tarifas altas le han permitido registrar beneficios récord y tener contentos a sus accionistas en bolsa. Pero algo ha cambiado en las últimas semanas.
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