Lo que voy a contar es tan kafkiano y agobiante que no cabe en este artículo. Ni siquiera cabe en una vida o mejor dicho en dos, en la vida de una amiga llamada Pilar y en la de su madre, Maruja, una anciana de 86 años que hoy padece un grave deterioro cognitivo. En enero de 2005, todavía lúcida, Maruja solicitó a la Dirección General del Mayor una plaza en una residencia. Y pasó el tiempo.
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