Con “El origen de las especies”, de Charles Darwin aprendimos que la evolución fue –y es– una lucha cruenta y sangrienta por la supervivencia. Cien años después, también aprendimos que esos genes no son más que pequeñas unidades básicas –bits– de información. Investigaciones posteriores descubrieron que, a diferencia del resto de las especies, los humanos no respetamos la Teoría de la Evolución.
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