«Me parece muy mal. Esa señora no tiene ningún mérito. Y puestos a cambiar, ¡habría que cambiar tantas cosas!», señala José María Cabo, vecino del entorno. «¿Por qué quitar todo lo antiguo?», apostilla Concepción Fernández, de 72 años. José Baena propone una solución irónica: «Los cambios de nombres tenían que ser como en América, con números y letras: F2, F3, F4... Así se evitan este tipo de problemas y un debate que viene contaminado con la política».
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