legó el momento de decirle a Erik que tiene autismo. Y así lo hemos hecho. A sus casi ocho años, su cabecita no paraba de darle vueltas en las últimas semanas. Me lanzaba preguntas del tipo “mamá, ¿por qué a veces hago esto cuando quisiera hacer lo otro?, ¿por qué no puedo controlar a veces cosas que hago y no quiero hacer?, mamá, ¿qué es eso que a veces se me mete en la cabeza y me hace hacer cosas que no quiero hacer?, ¿cómo puedo lograr que se me ordenen los sentimientos en la cabeza?”. Estaba confundido, como subido a una montaña rusa..
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