“Vengo de una familia muy conservadora de la Ciudad Vieja de Saná”, relata, “pero cuando a los seis años me pusieron por primera vez el niqab [el velo que cubre la cara], no paré de llorar en varios días”. Desde entonces ha reclamado más libertad para vestirse, para pensar y estudiar. “Y ese deseo se ha ampliado con los años”,
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