Había quedado con una amiga para dar un paseo y volvíamos hacia su coche cuando, de repente, siento una vibración en la nuca. Me doy la vuelta y veo a un magrebi totalmente borracho que está a mis espaldas mientras otro lo sujeta por detrás y se lo lleva. Mi amiga estaba con los ojos como platos, y me contó que, de milagro, el magrebi no me había golpeado. Me soltó un puñetazo con todas sus fuerzas desde atrás que, posiblemente porque yo andaba rápido, no llegó a darme.
El magrebi formaba parte de un grupo de gorrillas que se pasan el día borrachos y vociferando en una zona de aparcamiento.
Me parece infame satanizar a los inmigrantes e imputarles de forma indiscriminada delincuencia o falta de civismo. Hay cientos de miles de magrebies dejándose la piel en los trabajos más duros del país, empezando por la agricultura, y siendo explotados como el que más. Aportan al país mucha más riqueza que la que les proporcionan sus exiguos salarios.
Pero también hay gente sin oficio ni beneficio, alcoholizada, toxicómana o violenta, que se dedican a pulular por las calles generando inseguridad, sin aportar nada y sin que el Estado les ofrezca una situación digna. Simplemente, las autoridades se lavan las manos y dejan que la situación se pudra, entre otras cosas porque no viven en los barrios donde esto sucede.
El Estado puede hacer dos cosas: establecer programas serios de inserción social para solucionar la situación de estas personas que ejercen de gorrillas, trapichean, cometen pequeños delitos o simplemente malviven en la calle esnifando pegamento o emborrachándose. O, si no está dispuesto, puede deportarlas.
Lo único que no pueden hacer nuestros prebostes es desentenderse del problema porque se concentra en barrios donde no viven. Deporten o integren, pero no se laven las manos. No hagan sentir a los ciudadanos más humildes que, aparte de sus problemas para llegar a fin de mes, deben soportar la violencia y el incivismo. No hagan llamamientos vacíos a la tolerancia y el respeto invisibilizando un problema que ustedes no sufren. Suena demasiado hipócrita, y es el mejor abono para que crezcan quienes se nutren del odio y la frustración.