Crear un problema social, –con el 83% de la ciudadanía en contra de la anunciada reforma- en estas circunstancias, es una temeridad y una torpeza política de primera magnitud. ¿Se trata de un capricho personal, de sometimiento político a una ideología religiosa, de una cortina de humo para encubrir problemas más graves? Remover las aguas en un tema tan delicado nos parece un juego tan peligroso que nos autoriza a preguntar (..) ¿”con qué derecho” se puede jugar políticamente con la sensibilidad de las personas poniendo en peligro la paz social?
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