Esta reflexión parte de un experimento mental que preparé en 2007 y que aparqué durante años por pensar que era una pavada. Lo retomé años más tarde cuando ví que tenía más enjundia de la que aparentaba. Se trata de lo siguiente: Supongamos que tenemos unos relojes tan precisos que, además de las horas, minutos y segundos, marcan una precisión de nanosegundos
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