Le cogió cariño a su amo, Antonio Caramés, o tal vez fuese al revés. Más bien recíproco. Desde pequeño salía a pasear con él, una o más veces al día. Y empezó a adquirir los modos de un can: «Senta, levanta, arriba, ven aquí...». Y el animal va y lo hace. Come en su mano, hace buenas migas con la perra Tila, olfatea el rastro del jefe aunque se meta en medio del maíz. Un espectáculo.
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