El plan es histórico por dos motivos: hacía más de 20 años que los republicanos no votaban por una subida de impuestos y desde 1951 no se aprobaba una ley el 1 de enero. Es una prueba de su importancia. Pero el plan deja fuera una enorme patata caliente: los recortes del gasto público. En febrero el Congreso deberá decidir qué hace con los 110 mil millones de dólares de recortes aplazados y aprobar además subir el techo de deuda para que el gobierno pueda seguir pagando sus deudas. Es por tanto un éxito a medias.
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