Cuando uno cruza la carretera nacional que une Pamplona y Jaca pasa por el pantano de Yesa (entre Navarra y Aragón). Allí sobrevive el pueblo de Escó. Su silueta impregna al viajero de esa imagen que transmiten los pueblos abandonados. Si uno hace ese recorrido con tiempo, quizá quiera parar a descubrir a qué suena el olvido. Para ello sólo hay que echarse a un lado en la carretera nacional, aparcar el coche y ponerse a andar. Técnicamente Escó no es un pueblo abandonado. Allí aún viven tres vecinos, el último reducto de lo que este pueblo fue.
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