Psicópatas e hijos de puta: la patologización del mal

Era mucho más fácil echarles la culpa a Ellos. Era bastante depresivo pensar que Ellos eran Nosotros. Si eran Ellos, entonces nada era culpa de nadie. Si éramos Nosotros, ¿en qué me convertía eso a Mí? Al fin y al cabo, yo soy uno de Nosotros. Tengo que serlo. Desde luego, nunca me he considerado uno de Ellos. Siempre somos uno de Nosotros. Son Ellos los que hacen las cosas malas.

Hace ya unos años, la empresa en la que colaboraba como abogado nos llamó a unos cuantos externos y cargos intermedios para un curso de liderazgo. Me sorprendió, porque yo ni siquiera era un empleado (era una cárnica de software para administraciones públicas) y mi función era de chico para todo lo relacionado con lo legal, así que era un radical libre que se metía donde hiciese falta y que realmente no tenía que liderar ni a mis perros.

Tengo alergia al coaching y a la cháchara emprendedora. En determinado punto, la ponente nos dijo que la gente de la empresa difícil de tratar, los hijos de puta, lo eran porque “tenían baja autoestima” y eso les hacía estar siempre a la defensiva. Cuando poco después dijo que la gente sumisa también tenía baja autoestima, levanté la mano y dije que no podía ser que la alta autoestima fuese la solución para cualquier persona. Que tal vez si eres un hijo de puta, la solución sea bajarte un poco la autoestima y no subirte, aún más, la consideración que tienes de tú mismo. A la oradora no le hizo gracia, pero mis compañeros se rieron con complicidad: todos pensábamos en los mismos jefes.

La desaparición progresiva del cristianismo en la sociedad ha traído cosas buenas. Casi todas, en mi opinión de ateo antiteísta. Sin embargo, asociados a esta particular religión se han ido descartando una serie de conceptos que chocan con nuestra sensibilidad posmoderna: el concepto del bien y del mal. Nos resultan viejunos y chocantes, porque, en nuestro afán por huir de la simplicidad del Bien y del Mal, nos hemos cobijado en otra ficción igualmente simplista: la ausencia de lo bueno y lo malo.

No quiero meterme aquí en el relativismo moral ni embarcarme en una discusión sobre el origen y el significado mismo de estos conceptos. Quiero hablar sobre la alergia del hombre moderno a siquiera valorarlo.

Pongámonos en una noticia de sucesos, en esta misma página. Un suceso jodido, de estos que crispan el alma. Pederastia, asesinatos a personas indefensas, fraudes a familias vulnerables. Indefectiblemente aparecerá la frase que se adorna de esta guisa o similar: “Esos son unos psicópatas”. O mi preferida, “No son personas, son psicópatas/locos/enfermos”.

La frase de Terry Pratchett con la que empieza el artículo no es casual. Nos acojona pensar que una persona normal, una persona “de verdad”, pueda quemar a sus hijos, violar a su bebé, dejar morir a sus padres. Nos asusta tanto pensar que hay tan poca diferencia entre esas personas y nosotros, a nivel genético y cultural, que tenemos que buscarle una explicación. Y el bien y el mal no sirven, porque el mal es algo cercano. Todos nosotros hemos hecho cosas malas. Así que o bien tiene alguna patología o bien ha sufrido algún trauma que lo ha dejado marcado.

Tiene también que ver con la debilidad propia de nuestro tiempo. En el fondo subyace un optimismo hacia la humanidad considerable. Cuando alguien hace algo extraordinariamente malvado, tiene alguna enfermad o trastorno mental, pero cuando alguien hace extraordinariamente bueno, “me devuelve la fe en la humanidad”. Nos reconforta y nos inspira, porque el anormalmente bondadoso es Nuestro, mientras que el anormalmente malvado es Suyo. Curiosamente, nadie afirma en una noticia reconfortante, en la que alguien dona toda su fortuna, o sus órganos, o muere para salvar a un inocente, “Seguro que tenía una enfermedad/trastorno mental”. ¿A que no?

Los informes periciales a José Bretón, el infame que asesinó y quemó a sus dos hijos para hacer sufrir a su exmujer, dictaminan que José Bretón no es un psicópata ni tiene trastorno ni enfermedad alguna, más allá de un obsesivo cuidado con la higiene y los gérmenes. Algún rasgo psicopatológico, pero como gran parte de la población. No es retrasado mental, no es superdotado. No siempre es frío, no siempre es un volcán de agresividad. Es una persona compleja. Como, añado, casi todos.

José Bretón es una persona sin patologías mentales.

José Bretón es, simplemente, malvado.

Y eso nos jode. Se nos va la vida en ello. No lo aceptamos. Bretón es un puto loco, un psicópata, un demente, un desquiciado, un bipolar, un maníaco depresivo, un esquizoide. Cualquier cosa antes de que pensemos que, en este mundo, hay gente mala y gente buena que no tiene ningún problema mental o un trauma o una adicción, o algo que nos permita explicarnos por qué esa persona no es una Persona©.

Y para complicar las cosas, en este mundo nadie es completamente ninguna de esas dos y todos nos movemos en una curiosa espiral moral. Ya lo dije antes, pero creo firmemente que cualquier persona puede convertirse en delincuente. Pongamos que cualquiera de nosotros se encuentra en la calle una cartera con seis mil euros: doce billetes de quinientos embutidos, nuevecitos. Si he de ser honesto conmigo mismo, no sé si la devolvería. Quiero pensar que sí. No obstante, sé que es posible que no.

Eso no implica que tenga algún trastorno egoísta, o baja autoestima, o alguna forma de cleptomanía. Tampoco implica que necesite ese dinero para sobrevivir, que sufrí un trauma de niño con una cartera de ese mismo color. Tampoco que por eso sea un ser netamente malvado que disfruta sustrayendo cosas. Sería, simplemente, un ser humano más que, en ese momento particular y con respecto a ese hecho concreto, se inclinó hacia el lado del mal y del egoísmo. Sería, simplemente, una persona que hizo algo mal. Y si suelo hacer cosas malas, sería otra cosa más. Y si suelo hacer cosas buenas, una cosa mala en un saldo neto positivo.

Demasiado complicado para nuestras cabecitas de 7 pulgadas en diagonal. Necesitamos respuestas rápidas y fáciles.

Todos tenemos una justificación para todo. Seguro que cualquier meneante ha tenido una expareja que, ante cualquier reproche por un mal comportamiento suyo, aduce que él o ella pasó por algo similar y que le creó un mecanismo psicológico de repetición, o un compañero de trabajo que aduce malas experiencias pasadas para ser un borde, o un amigo que se escuda en cierto rasgo suyo. “Yo es que soy así”. Ya, imbécil: ese es el problema. Que eres así.

A nuestra infantil sociedad no le gusta pensar que hay personas generalmente buenas y generalmente malas, y que dentro de esas pueden hacer cosas buenas y cosas malas. Hitler cuidaba de sus perros y los quería. Gandhi dormía en sospechosa cercanía con sus sobrinas. El cabrón que te rayó tu coche cuida de su madre enferma a expensas de su salud. El fundador de una ONG de ayuda humanitaria que ha salvado miles de vidas era un matón que hacía la vida imposible a un chaval de su colegio.

Y hay gente que cree tenerlo claro. Me encantan los comentarios en alguna noticia de violencia de género: hay alguien que dice que reducirlo a violencia machista es simplista, porque se obvian casuísticas distintas (estoy completamente de acuerdo con ello, hay una pluralidad en la génesis criminal), pero luego dicen: alcoholismo, depresión, trastornos mentales, agresividad patológica. Y me hace gracia, porque se cae en el mismo simplismo que se pretende evitar: decir que es machista es simplificar, así que simplifico diciendo que es un loco o un adicto.

Porque no puede ser, simplemente, una persona normal que es un hijo de puta. Porque los hijos de la gran puta, los cabrones, los malvados, son personas normales y corrientes. Porque cualquiera de nosotros, alguna vez en su vida, ha sido un hijo de puta.

Así que no pueden ser, simplemente, hijos de puta. Tienen que ser algo distinto. Porque Nosotros lo hemos sido, y quienes hacen esas cosas son Ellos.