“Los relatos son pequeñas ventanas a otros mundos, otras mentes y otros sueños. Son viajes que puedes hacer al otro lado del universo y aún así volver a tiempo para la cena.”
Neil Gaiman
Se puede dar por supuesto que si hay en el género fantástico un escritor que no necesita ninguna presentación ése es George R.R. Martin. La gigantesca presencia de Canción de Hielo y Fuego en la cultura actual es de tal magnitud que dibuja una enorme sombra que oculta otras facetas de este mismo autor. Y una de ellas (y es una muy especial) es la de grandísimo escritor de relatos, muchos de los cuales fueron escritos entre los años 70 y 80 del siglo XX. Personalmente aún recuerdo la impresión que me produjo descubrir Los reyes de la arena en el número 127 de la nunca suficientemente alabada revista Nueva Dimensión. La publicación está fechada en octubre de 1980, pero yo debí leerla a mediados de los años 80 y tanto el placer como el acojone que me produjo tienen efectos permanentes en mí (como la poción mágica en Obélix) ya que todavía siento algún que otro escalofrío al releerlo.
La temática de sus relatos es prácticamente la misma que define a sus obras más conocidas, abarcado en ellos tanto ciencia ficción como fantasía, casi siempre aderezadas con terror (y también mucho humor) y con su particular visión sobre la condición humana, sobre el amor y la pérdida, la fragilidad de la psique y lo endeble de las religiones y las creencias a las que nos agarramos y en como éstas son utilizadas por las élites. Y todos ellos están aderezados con esa desesperanza tan particular que trasmite Martin.
No es que Martin tenga escrito una enorme cantidad de ellos -muy posiblemente por el tiempo y esfuerzo dedicados a Canción de Hielo y Fuego y a las varias producciones televisivas en las que ha estado enfrascado los últimos treinta y muchos años- pero fuera de ese universo hay por lo menos una docena que son excelsos: Una canción para Lya; Los reyes de la arena; El camino de la Cruz y el dragón; Esa otra clase de soledad; El dragón de hielo; Cuando llega la brumabaja; Oscuros, oscuros eran los túneles; Y siete veces digo: al hombre no matarás; Por un solo ayer; La última Super Bowl; El hombre con forma de pera; El tratamiento del mono; varios relatos de los que conforman Los viajes de Tuf....
No puedo decir lo mismo (de tener unos relatos de calidad tan apabullante) de casi ningún otro escritor de fantasía o terror, salvando a mi idolatrado Gene Wolfe, Stephen King y quizás a Neil Gaiman o Fritz Leiber; y al respecto de los escritores de ciencia ficción habría que irse a lo más escogido en la escritura de relatos: Isaac Asimov, Arthur C. Clarke o Philip K. Dick. Lo que quiero decir con todo ésto es que con apenas unos pocos años de producción de relatos puede mirar de tú a tú a los más grandes escritores anglosajones del género sin inmutarse. Y particularmente muchos de los creados en el período entre 1972 y 1981 son tremendamente buenos. Sólo podemos llegar a imaginar lo que podría haber escrito Martin si no le hubiese dedicado el ímprobo esfuerzo que requiere una obra tan colosal (en todos los sentidos de la palabra) como Canción de Hielo y Fuego, y se hubiese dedicado a continuar experimentando con nuevos relatos tanto de fantasía como de ciencia-ficción. Lo que es cien por cien seguro es que no sería conocido más que por una pequeñísima fracción de los lectores que actualmente compran y leen sus obras.
Como Martin es mucho más conocido como escritor de fantasía, voy a centrarme en su producción de ciencia-ficción. Por si alguien no los conoce y tiene interés en leer algunas de sus obras de ciencia-ficción en formato corto, os recomiendo una decena de relatos que merecen mucho la pena (aquí englobo relatos y relatos cortos, incluso alguna novela corta -todo lo que se puede leer en un máximo de poco más de una hora aproximadamente-). No están enumerados en ningún orden especial y, si tengo que escoger a un favorito, éste sería El camino de la Cruz y el dragón.
¿Qué mejor idea de lectura veraniega que zambullirse en estos relatos? La gran mayoría se terminan en cuestión de minutos sin esfuerzo y se pueden encontrar tanto en Internet como en las publicaciones previas existentes; también muy recientemente se han publicado en español media docena de nuevos libros recopilatorios integrando la práctica totalidad de su producción.
1.- Una canción para Lya (1974). Premio Hugo de novela corta de 1975. Posiblemente el más conocido de sus relatos. Amor y pérdida más allá del entendimiento humano.
“Las ciudades de los shakeen son viejas, mucho más viejas que las del hombre, y la gran metrópoli que se levanta en las tierras de su colina sagrada había demostrado ser la más antigua de todas. La ciudad de los shkeen no tenía nombre. No necesitaba ninguno. Pese a que construían cientos y miles de pueblos y ciudades, la ciudad de las colinas no tenía rival. Era la mayor en tamaño y población, y era la única que se levantaba en las colinas sagradas. Era su Roma, Meca, Jerusalén, todo en una. Era la ciudad, y todos los shkeen venían a ella en los últimos días antes de la Unión. Pese a que construían cientos y miles de pueblos y ciudades, la ciudad de las colinas no tenía rival. Era la mayor en tamaño y población, y era la única que se levantaba en las colinas sagradas. Era su Roma, Meca, Jerusalén, todo en una. Era la ciudad, y todos los shkeen venían a ella en los últimos días antes de la Unión.”
2.- Los reyes de la arena (1979). Ganó los premios Hugo y Nébula al mejor relato en 1980. Recuerda siempre que debes tratar bien a tus mascotas.
“Simon Kress vivía solo en una gran mansión situada entre montañas áridas y rocosas a unos cincuenta kilómetros de la ciudad. Y así, cuando tuvo que ausentarse inesperadamente por asuntos de negocios, no dispuso de vecinos de los que pudiera aprovecharse para dejarles al cuidado de sus mascotas. El halcón no era problema. Descansaba en el campanario inutilizado y, de todas formas, solía alimentarse por sus propios medios. En cuanto al shambler, Kress se limitó a echarlo fuera de la casa y dejar que se las arreglara como pudiera. El pequeño monstruo se alimentaría de babosas, pájaros y ratas. Pero la pecera, surtida de pirañas genuinas de la Tierra, planteó una dificultad. Finalmente arrojó una pierna de carnero al inmenso tanque. Las pirañas siempre podrían devorarse unas a otras si le retenían más tiempo del que esperaba. Ya lo habían hecho otras veces. Un detalle que le divertía.”
3.- El camino de la Cruz y el dragón (1979) Premios Hugo y Locus al mejor relato corto en 1980. Un precioso relato que trata sobre religiones, sobre las escasas certezas de la condición humana y sobre la entropía. Ojo a la descripción de la herejía de San Judas Iscariote, que es de lo más original que ha escrito Martin en la humilde opinión de un servidor.
“—En conjunto resulta una historia agradable. Más fácil de leer que tu Biblia, Damián, y también más dramática.
—Es verdad —admití—. Pero es absurda. Una maraña increíble de doctrina, escritos apócrifos, mitología, y superstición. Entretenida, si, sin lugar a dudas. Imaginativa, incluso atrevida. Pero ridícula, ¿no te parece? ¿Cómo podemos creer en dragones? ¿En Cristo sin piernas? ¿En Pedro recompuesto de sus pedazos después de haber sido devorado por cuatro monstruos?
La sonrisa de Aria era burlona.
—¿Acaso es más tonto que creer en el agua transformándose en vino, o Cristo caminando sobre las aguas, o un hombre viviendo en el estómago de una ballena?”
4.- Esa otra clase de soledad (1972). Ciencia ficción y la fragilidad de la psicología humana, enfrentada hasta su límite en la inmensidad de un amenazante, frío y gigantesco Espacio.
“18 de junio
Mi relevo ha partido hoy desde la Tierra.
Por supuesto, pasarán al menos tres meses antes de que llegue. Pero ya está en camino.
Hoy ha despegado desde El Cabo, como lo hice yo cuatro años atrás. Una vez en la Estación Komarov, se dirigirá hacia una nave lunar, luego girará en órbita alrededor de Luna, en la Estación del Espacio Profundo. Allí comenzará realmente su viaje. Hasta entonces sólo habrá estado rondando terreno familiar.
Hasta que La Charon no abandone la Estación del Espacio Profundo y se su- merja en la noche, no lo sentirá, no lo sentirá realmente, como no lo sentí yo hace cuatro años. No le afectará el golpe hasta que la Tierra y la Luna se desvanezcan a sus espaldas. Por supuesto, sabe desde el principio que ya no puede echarse atrás. No obstante, hay una diferencia entre saberlo y sentirlo. Ahora, lo sentirá.”
5.- Cuando llega la brumabaja (1973) ¿Y qué nos queda cuando se acaba el misterio...?
“Todavía era temprano para desayunar esa mañana del día siguiente a mi llegada. Pero Sanders ya estaba en el balcón del comedor cuando llegué. Estaba solo, de pie en un rincón, contemplando las montañas y las brumas.
Fui hacia él mascullando un saludo. Ni siquiera me respondió.
—¿Hermoso, no es cierto? —dijo, sin volverse.
Y lo era. Tan sólo unos metros bajo el nivel del balcón las brumas ondulaban, lanzando olas fantasmales que rompían contra las piedras de su castillo. Un espeso manto blanco se extendía hasta donde alcanzaba la vista, envolviéndolo todo. Podía verse la cima del Duende Rojo, al Norte; una roca escarlata que, como aguzada daga, hendía el cielo. Pero eso era todo. Las otras montañas se hallaban bajo el nivel de las brumas.”
6.- Oscuros, oscuros eran los túneles (1973) Distopía post-apocalíptica y los límites de la evolución humana.
“No era un cobarde. Era un explorador de la Gente que se había arriesgado a caminar por túneles jamás visitados por los hombres durante centurias.
Pero estaba asustado, y no tenía vergüenza de su temor. Un buen explorador sabe cuándo debe tener miedo. Y Greel era un excelente explorador. Por lo tanto, se quedó silencioso en medio de la oscuridad, con el arma cogida en su puño, pensando.
Lentamente, el temor comenzó a alejarse. Greel se sintió más seguro y abrió los ojos. Los cerró de nuevo a toda velocidad.
El túnel que se extendía frente a él estaba ardiendo.”
7.- Guardianes (1981) Uno de los relatos sobre el ingeniero ecológico Tuf, publicado posteriormente en el volumen recopilatorio Los viajes de Tuf de 1987.
“Namor era un mundo verde oscuro, solitario y sin luna, envuelto en jirones de nubecillas doradas. El Arca dejó de propulsarse, sufrió una sacudida y entró pesadamente en la trayectoria orbital. En la larga y estrecha sala de comunicaciones, Haviland Tuf iba de un asiento a otro para estudiar el planeta desde una docena de las cien pantallas repartidas por la habitación. Lo acompañaban tres gatitos grises que saltaban entre las consolas sin parar más que para lanzarse zarpazos juguetones. Tuf no les hacía caso.
Namor era un mundo acuático: solo había una masa continental visible desde la órbita, y ni siquiera era demasiado grande. Pero, al aumentar la imagen, Tuf pudo ver millares de islas dispersas que se agrupaban sobre los profundos y verdes mares en alargados archipiélagos con forma de media luna, como gemas de tierra dispersas por los océanos. Las pantallas mostraron las luces de docenas de ciudades grandes y pequeñas en la parte donde era de noche, y destellos intermitentes de energía allí donde los asentamientos estaban a la luz del día.”
8.- Nómadas nocturnos (1980). Premio Locus a mejor novela corta de 1981. Es el más extenso de este listado. El miedo y la sospecha acompañan a los tripulantes de una nave espacial y a los secretos que se esconden.
“La guerra rugió durante mil años, y los volcryn la atravesaron sin saber de ella, sin que los rozara, a salvo en un lugar donde no podía arder fuego alguno. Después, el Imperio federal se derrumbó y desapareció, y los hranganos se desvanecieron en la oscuridad del Colapso, pero para los volcryn nada se oscureció.
Cuando Kleronomas partió de Avalón con su nave exploradora, los volcryn pasaron a menos de diez años luz de él. Kleronomas descubrió muchas cosas, pero no encontró a los volcryn, ni entonces ni durante el regreso a su mundo, una vida entera más tarde.
Cuando yo tenía tres años, y Kleronomas ya no era más que polvo, tan lejano y muerto como Jesús de Nazaret, los volcryn pasaron cerca de Daronne. Todos los crey perceptivos se mostraron inquietos aquella estación y contemplaron las estrellas con ojos luminosos y centelleantes.
Cuando llegué a la madurez, los volcryn habían dejado atrás Tara, donde ni siquiera los crey podían ya percibirlos, y seguían rumbo al exterior.
Y ahora que soy mayor, muy mayor, los volcryn están a punto de desgarrar el Velo del Tentador, que pende como una niebla negra entre las estrellas. Y nosotros los seguimos. Por los abismos interestelares que nadie más transita, atravesando el vacío, atravesando el silencio infinito, vamos en pos de ellos mi Nómada Nocturno y yo.”
9.- En la casa del gusano (1976). Religión, pozos, túneles y regresión tecnológica en la más profunda oscuridad.
“ Desde siglos más allá del recuerdo, la Casa del Gusano se hallaba sumida en la podredumbre, y así debía ser, ya que podredumbre es simplemente un nombre más del mismo Gusano Blanco. Por eso los yaga-la-hai , los gusahijos, se limitaban a sonreír y a continuar como siempre, aunque las cortinas se pudrieran en las paredes de sus interminables madrigueras, y aunque todos los años menguaran los habitantes de las mismas, aunque la carne fuera haciéndose cada vez más escasa y aunque la misma roca que los rodeaba se convirtiese en polvo. En las madrigueras altas de ranuradas ventanas, inundadas por la roja oscuridad de la inmensa brasa que agonizaba arriba, los yaga-la-hai iban y venían y vivían su vida. Atendían sus antorchas y celebraban sus mascaradas, y hacían la señal del gusano siempre que pasaban cerca de las oscuras madrigueras sin ventanas donde se decía que los grounos murmuraban y estaban al acecho (porque los pasillos y túneles de la Casa del Gusano tenían la reputación de ser infinitos, de descender por debajo de la tierra, tanto como el negro cielo asciende en lo alto, y los yaga-la-hai tan sólo consideraban suyas algunas de las muchísimas antiguas cámaras).”
10.- Y siete veces digo: al hombre no matarás (1975). Sobre colonialismo, explotación de recursos, conquistadores, conquistados y religión.
“ —Actuamos como consideramos necesario —dijo Wyatt a Ryther—. Cuando un animal mata a un hombre, hay que castigar al animal para que otros animales lo vean y aprendan, para que las bestias sepan que el hombre, semilla de la Tierra e hijo de Bakkalon, es su amo y señor.
—Los jaenshi no son bestias —buló neKrol—. Son seres inteligentes y tienen religión, arte y costumbres, y…
—Y no tienen alma —concluyó Wyatt mirándolo—. Los únicos que tienen alma son los Hijos de Bakkalon. La semilla de la Tierra. El hecho de que tengan raciocinio es algo que solo le importa a usted, y puede que a ellos; pero no tienen alma, y por tanto son bestias.
—Arik me ha enseñado las pirámides de culto que han construido —dijo Ryther—. Unos seres que son capaces de construir semejantes santuarios deben tener alma, por fuerza.
—Está usted en un error —respondió el prior, sacudiendo la cabeza—. El Libro lo dice claramente. Nosotros, la semilla de la Tierra, somos los verdaderos Hijos de Bakkalon, y nadie más. El resto son animales, y debemos imponer nuestro dominio sobre ellos en nombre de Bakkalon.”