¿Se imaginan ustedes que contra la imprenta se hubiese lanzado en el siglo XV una Ley Sinde? Hoy nos parecería una obcecación absurda y retrógrada, una apuesta por el retraso y por limitar libertades que habrían de venir por su propio peso. Seguramente tendríamos razón, porque cuando una generación ya ha vivido en libertad y ha intercambiado ideas y ocio en libertad es muy difícil encadenar esa libertad
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