Con la torpeza habitual de un país que debería tener más cuidado con sus gestos, porque agitan todo el polvorín de Oriente Medio, la última ocurrencia del ejecutivo israelí, casi a la vez que oficiaba los funerales de estado por el siniestro Ariel Sharon, es la prohibición de utilizar la palabra “nazi”. ¿La intención? Contagiar al resto de Occidente.
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