Cuando se produce una catástrofe, como la que acaba de asolar Japón, en círculos católicos cavernícolas, aparecen interpretaciones que ofrecen explicaciones basadas en la sodomización y gomorrización del tiempo en que vivimos. Son los mismos que te sueltan, como la cosa más normal del mundo, que la televisión es mala «en sí»; que internet es un vehículo perverso; o que habría que «asfaltar las playas» (sic) con el fin de evitar «ese alocado desenfreno de impudicia y placer».
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